sábado, 11 de septiembre de 2010

Inmigración e integración

Como bien sabemos, la República Argentina ha sido receptora desde hace mucho tiempo de diferentes corrientes inmigratorias. La más recordada es aquella que se produjo durante fines del siglo XIX. En aquel momento la gran mayoría de los extranjeros provenían de la parte pobre de la vieja Europa.

Mientras tanto, el gobierno argentino se encontraba encaminado en un proceso de modernización, impulsado por las ideas positivistas de progreso que dominaban las mentes intelectuales del momento.

Ante el impetuoso flujo inmigratorio, el estado se embarcó en la tarea de “argentinizar” de los extranjeros. Se valió de recursos como la escuela primaria, indispensable para inculcar el amor a la nueva patria y del ejército, dispositivo de coerción interna y fuerza de choque en caso de conflicto.

Esta lógica tuvo un resultado harto exitoso, al punto tal que tan sólo una generación después, los hijos de los inmigrantes no sólo se habían integrado a la vida social argentina, sino que ya exigían los mismos derechos políticos, a través de sindicatos y partidos como el que luego sería la Unión Cívica Radical.

Si bien las cosas no habían sucedido tal como la generación del ’80 esperaba el resultado fue satisfactorio, al haber integrado a aquellos inmigrantes que no sólo no hablaban español, sino que tenían una idiosincrasia completamente diferente ante los ojos de los “nativos”.

Otra gran corriente de traslado poblacional es la que se produce en la actualidad entre Argentina y los países vecinos, desde la década del ‘50.

Si bien, de acuerdo a las estadísticas, el número de inmigrantes es mucho menor a la mencionada anteriormente, debe ser considerada como uno de los mayores procesos migratorios de la historia del país.

La gran diferencia entre una y otra estriba en que la primera produjo una transformación radical, mientras que la segunda no ha provocado mayores cambios en la sociedad argentina.

La pregunta que se plantea notoriamente es, ¿Por qué? ¿Es por la diferencia de cantidad de inmigrantes? ¿O es acaso por la cualidad de los mismos?

Los censos demuestran que el momento de máxima inmigración porcentual en el primer período fue en 1914 (30,3% de los habitantes del suelo nacional eran extranjeros) por lo tanto debemos inclinarnos a la segunda opción. Y es que esta última corriente migratoria está enmarcada dentro de una lógica diferente a la que se tenía en la primera.

Por sus características es más semejante a una migración territorial interna, que a una externa. Los países latinoamericanos ya superaron la etapa de construcción de la ciudadanía y están entrando en un nuevo período de percepción, donde cada uno de los estados que constituyen la América Latina se está repensando como parte de un todo, y donde estas corrientes migratorias no alteran la lógica de convivencia de los habitantes de los mismos, ya que es advertida más bien como algo normal, perfectamente lógico, contrario al proceso complejo y traumático mencionado al inicio.

En consonancia con esta percepción de los Estados, la gente también acepta esta nueva situación y se desprende en parte, de la visión excluyente de ciudadano argentino o peruano por ejemplo, para pasar a una idea más incluyente de latinoamericano.

Allí donde antes había diferencia, hoy hay complementación y donde antes había competencia y exclusión hoy hay colaboración y oportunidad.

En resumen, si bien muchas de estas comunidades (los países limítrofes que más han enviado a su conciudadanos han sido Paraguay, Bolivia y Perú especialmente cuando el peso argentino equiparaba al dólar norteamericano) han desarrollado una especie de vínculo de solidaridad recíproca, que en cierta medida las ha encapsulado frente al resto de la sociedad, también continúan dentro de una lógica de integración regional que logra trascender los territorios nacionales.